domingo, 8 de abril de 2012

LA PROTAGONISTA DE UNA HISTORIA IMAGINADA

Me encuentro sentada en la misma banca que solía sentarme con mamá cuando estábamos de paso por estas calles. Pero ahora es diferente, no solo es un descanso rápido para luego seguir mi camino, sino que estoy sentada  porque espero; no se cuánto espero, pero espero; no sé que espero, pero espero. Lo único que sé es que vale pena esperar porque al final siempre viene la recompensa y últimamente necesito algo bueno en mi vida.
Nunca me había percatado que desde esta banca se podían ver dos calles a la vez y que justo al frente , cruzando la pista, había un ramillete de margaritas en pleno crecimiento. Éste lugar está mágicamente dotado de el calorcito exacto para este frío que nubla corazones y vuelve a las personas serias. Hacia el lado derecho de la calle, hay un cruce peatonal en el que, por lo menos, diez personas pasan cada minuto. Muchos caminan rápido, como si llegaran tarde a alguna parte; otros caminan cansados, como si esa cuadra fuera una más de las tantas otras que ya caminaron; y otros caminan sumamente relajados, disfrutando cada paso que dan, observando a su alrededor como si no quisieran perderse ningún detalle.
El semáforo peatonal indica rojo, y la gente se detiene en la esquina, lamentándose el no haber sido más rápidos al cruzar. Ahora me vuelvo la expectante y observadora de cada persona parada en esa esquina, para ellos no existo, soy invisible, están concentrados en diferentes cosas, y me pongo a imaginar historias sobre cada una de ellas.
Hay una joven de saco azul, muy guapa ella. A pesar de que no lleva ni una gota de maquillaje, ella se ve espléndida. No mira el semáforo peatonal, mas bien mira los dos lados de las calles como temiendo que alguien la encuentre o reconozca. Está escapando de alguien, se nota en sus ojos. No tiene malicia alguna, puedo asegurarlo por su tierna mirada, a pesar de su miedo. La sigo viendo y me doy cuenta de sus párpados hinchados, como si hubiera llorado hace poco. De vez en cuando mira sus pies y exhala al mismo tiempo como queriendo ser fuerte ante todo lo que se viene. La joven de saco azul sufre por algo y trata de escapar pero no puede.
Justo detrás de ella hay un señor muy alto con terno y una maleta en su mano mirando fijamente el semáforo peatonal, como si al hacerlo tuviera una especie de magia para lograr que el rojo cambie a verde. Se le nota estresado y lleno de preocupaciones, tiene una mirada fija y penetrante, si yo fuera el semáforo cambiaría al color que a él se le plazca para que de una buena vez me deje de ver así. Su altura lo hace sentir seguro, privilegiado ante otros hombres que solo le llegan a su hombro.  Detrás de esa mirada fija, hay una maquina planeando lo que hará, cómo lo hará y qué métodos usará para convencer a esas personas que lo esperan en algún lugar. Ese señor muy alto está a punto de cerrar algún negocio y está seguro que será un éxito.
Al lado izquierdo de él, se encuentran dos adolescentes, uno de ellos es hombre y la otra mujer. Están conversando, pero no puedo distinguir de qué por el ruido de los carros al pasar. Conversan y se ríen, ella lo quiere mirar a los ojos pero no puede, él busca su mirada pero no la encuentra porque siempre ella lo esquiva, y no porque ella no quiera, sino porque sabe que al mirarlo su corazón latirá tan fuerte que él se dará cuenta de su nerviosismo y ya no se convertirá en nerviosismo, sino en paro cardíaco. Él la ama, y por eso busca su mirada para que en el momento en que la tenga en sus ojos, le demuestre con un beso todo lo tiene para darle. Por lo pronto siguen en ese juego de coqueteos y búsqueda de miradas fijas. Sé que al volverse verde el semáforo, él la tomará de la mano, poniendo como excusa la rapidez para cruzar la pista. Los adolescentes están experimentando su primer amor.

Y así podría imaginarme historias para la señora de bufanda larga, para el muchacho de sonrisa incurable, de el niño que salta como conejo al lado de su madre, de la señora de pelo blanco, del chico del celular, de las hermanas que discuten, del turista perdido y de la señora que vende caramelos.

De pronto, un sonido chillante de unas llantas ante un freno en seco, hacen que yo y todas las personas ya mencionadas, volteemos nuestra cabeza hacia la izquierda y nos percatemos como un carro turquesa, casi atropella a un perro que cruzaba la pista. Semáforo de la izquierda, verde; se va el carro y el perro está a salvo, y al mismo tiempo que cambió el semáforo del carro turquesa, cambio el semáforo del cruce peatonal y en unos segundos perdí a los protagonistas de las historias que imaginé. Y pasaron y pasaron; y ahora las personas paradas en la esquina eran otras. Voltee a la izquierda para ver donde andaba el pobre perro que casi es atropellado por su imprudencia y ya no estaba, lo busqué con la mirada por toda la calle y de repente me topé con otra banca un poco lejana en la cual estaba sentado un joven de camisa blanca; estaba mirándome y percibí que lo estuvo haciendo hace varios minutos o horas. Tenía la misma mirada que tengo cuando me imagino historias para las personas que miro, y me di cuenta que ahora pasaba de ser la autora de las historias que imaginaba, a ser la protagonista de la historia imaginada de ese joven que me miraba.



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